Aqui compartimos la Narrativa que obtuvo el 2° Premio en Narrativa titulada “Una oportunidad”, autora Nerea Inés Alvarez de la Ciudad de Henderson, Provincia de Buenos Aires
U N A O P O R T U N I D A D
Esa mañana caminaba por la orilla de la ruta como lo hacía diariamente, desde hacía tres meses. Desde el momento crítico en que Juan, mi marido, quedó sin trabajo. Por entonces debimos abandonar el campo y venir a vivir a una casaquinta que nos prestaron. A partir de allí, la vida se había vuelto muy difícil para criar y mantener a tres niños pequeños; dada la escasez de trabajo y la ardua situación económica imperante.
Esa mañana, los dos mil metros que me separaban de la panadería de Don Antonio, parecían pesar más de lo habitual. Don Antonio y su esposa nos brindaban, cotidianamente, una bolsa de pan sobrante del día anterior. Así unas rodajas de pan y una taza de té, era el esperado desayuno de nuestros hijos. Cada vez se nos hacía más penoso enfrentar los gastos de la humilde subsistencia.
Transitaba desganada. Hasta la colorida aurora de ese amanecer parecía haber perdido todo su encanto. Últimamente los reproches y discusiones con Juan habían aumentado. Cualquier motivo se tornaba causal de una pelea. Hasta había llegado a temer que si esta situación complicada continuaba, nos podría llevar a la destrucción de la pareja. No obstante, me había prometido que aguantaría hasta lo indecible, con tal de sostener el hogar.
Mientras deambulaba por la inhóspita senda, con la vista fija en el sendero, buscaba preocupada una salida, a la penosa situación familiar. Y, como en otras oportunidades, el rezo del rosario era la compañía del derrotero.
De pronto, un bulto oscuro entre la maleza de la ruta, me sorprendió. Parecía una maleta marrón, demasiado suntuosa para estar abandonada en ese lugar. Dubitativa no sabía qué actitud tomar ante el insólito hallazgo. Sólo el alba era el mudo cómplice de la soledad y la escasez de tránsito a esa hora. Finalmente, recelosa me acerqué al extraño objeto y, con nitidez, apareció un abultado portafolio. Un sinfín de interrogantes acudió a mi mente. Temerosa del contenido, lo levanté y lo abrí. Entonces una sorprendente cantidad de fajos de dinero, apareció ante mis incrédulos ojos. ¿Qué significaba este portafolio? ¿De quién era?
Abandoné el objetivo de mi recorrido y regresé corriendo a casa. Juan no entendía nada de lo que estaba sucediendo. Entre lágrimas y una entrecortada narración, intentaba esclarecer cómo lo había encontrado.
Una copiosa cantidad de atados de billetes, daban testimonio del profuso capital que contenía.
La decisión de Juan fue terminante. Llevaría el portafolio a la Comisaría local y haría la correspondiente denuncia. Mientras tanto, en mi interior sentía la impotencia de ver allí una considerable suma y nosotros no teníamos, en ese momento, un peso para comprar un paquete de fideos. Una rebelión interior me fue invadiendo y con un coraje poco común, enfrenté a Juan: - No. Aunque no obre bien, saco un papel para comprar comida a los nenes –
Mi marido furioso intentó detenerme. Pero como una leona que resguarda a sus crías, salté decidida y tomé un billete de uno de los fajos. Me justifique diciendo que se lo confesaría a los dueños, daría el motivo del atrevimiento y prometería reintegrarlo cuando pudiera.
Apesadumbrado y enojado, no sé si conmigo o el embarazoso momento, Juan se dirigió a la ciudad. Pero no tardó en regresar en una costosa camioneta, acompañado de quien acreditaba ser el propietario de la fortuna de la maleta. Decía que la había perdido uno de los empleados de su empresa.
Juan, avergonzado, ensayaba disculpas para justificar mi acción de tomar un billete. Sin embargo, el considerado Señor debió comprender la complicada situación económica en que nos encontrábamos. Y, abriendo diligente su portafolio, le entregó un atado a Juan como recompensa de nuestra honestidad. A la vez que le aseguraba un trabajo en su organización.
Aún ruborizada, intenté devolver el papel que había tomado y no me lo permitió.
La compensación había sido abundante y nos permitiría saldar deudas de alimentos.
Después, el agudo bocinazo de la camioneta alejándose, me sacó del letargo de esa mañana única, inolvidable, donde me pareció estar viviendo una pesadilla. Aunque era una feliz realidad.
¡¡¡Felicitaciones Nerea!!!
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